jueves, 29 de septiembre de 2005

Los brazos de los picadores son de cemento armado

Los varilargueros protagonizaron lo peor de la segunda tarde de la feria de Arnedo

Hay quien piensa que los picadores carecen de sentimientos, que lo suyo consiste únicamente en subirse al percherón, calzar la bota de hierro –también conocida como mona o gregoriana– y liarse con el toro como si en ello les fuera la vida, como si picando con esa violencia expiaran los pecados, las malas acciones y los sentimientos impuros. Hay quien piensa eso y que sus brazos son de cemento armado, porque los picadores van a sueldo en una cuadrilla y responden al que les paga, como cualquiera que defienda una nómina, calzando la gregoriana o subido a un andamio, que es donde mandaron algunos aficionados –de forma metafórica, pero a voz en grito– a casi todos los varilargueros de la tarde de ayer.
La novillada de Cebada Gago recibió once puyazos, de los que cuatro se los llevó el quinto de la tarde, un astado llamado ‘Pintor’ que no fue capaz de desmontar al de la acorazada, pero que mientras le hacían picadillo su morrillo logró quitar el castoreño al sucesor de Badila. Entonces, el de la casaquilla dorada –vestigio de antiguas glorias– se sujetó el tocado entre su mano y las riendas y con una habilidad inusitada se deshizo de él con un ademán de impresionante arrogancia. Aún así, descastoreñado y todo, consumó la suerte con dos encuentros más, el último en la zona de chiqueros cuando abandonaba la plaza y se vio sorprendido –es un decir– por la embestida de ‘Pintor’, que como era lógico terminó hecho un verdadero cuadro.
Los picadores fueron los protagonistas, como sucedió también en el tercero de la tarde, llamado ‘Consejero’, un bravo astado que cobró dos agresiones: la primera en el espinazo y la segunda en la paletilla. Aún así, fue de largo, empeñó toda su alma de bravo en una sucesión de embestidas humilladas y templadas, con una calidad que pasó inadvertida para la mayoría del público y para Raúl Martí, el esforzado novillero de Foios (Valencia) que se vio desbordado e incapaz de disfrutar con la embestida de este novillo colorado de Cebada Gago que en el pequeño ruedo de Arnedo demostró que merecía haber vuelto a Cádiz a enseñorearse de la dehesa.

domingo, 25 de septiembre de 2005

Cornada grave de Abellán

FERIA DE SAN MATEO DE 2005
Artículo publicado en El País

Toros de Victorino Martín, bien presentados y de juego desigual. 1º muy noble; 2º y 3º con casta y el resto de peor nota
Juan José Padilla: oreja; silencio y silencio
Miguel Abellán: saludos en el único que mató
Diego Urdiales: saludos y silencio
Enfermería: Miguel Abellán, tras estoquear a su primer toro, fue operado de una cornada de 15 centímetros a la altura del triángulo de Scarpa de pronóstico grave. No continuó la lidia.
Plaza de toros de La Ribera. 25 de septiembre. 6ª y última corrida de feria. Cerca del lleno.


El segundo de la tarde tenía una presencia señorial, con dos pitones desafiantes y con ese carácter indómito que solía acompañar a los toros bravos en los tiempos de Maricastaña. El segundo de la tarde, para más señas, embestía por abajo con una emoción que hizo crepitar hasta los modernos cimientos de este postmoderno y macizo coso. Le dieron dos puyazos de impresión y en el tercio de banderillas se mostró incierto y pegajoso. En éstas, salió Abellán y se echó la pañosa a la mano izquierda sin más miramientos. La faena se presagiaba de cara o cruz porque el toro se comía literalmente el engaño de un torero valiente pero que dio a sensación de que se encontraba a merced de aquella locomotora. Generosamente, le ofreció sitio y en la tercera tanda al natural fue prendido de una forma escalofríante con un derrote seco y certero en la ingle. Abellán, con el rostro ensangrentado y tras dos baldíos intentos de torniquete, volvió de nuevo a la cara del astado y con majeza lo mandó al otro barrio antes de pasar a la enfermería. Ya no salió.
Minutos antes, Juan José Padilla se había encontrado con otro victorino completamente distinto: pastueño y tan noble que le dio la oportunidad de torear a placer. El toro, muy bien armado, hacía surcos por el albero y el diestro jerezano ligó preciso series por ambos pitones, llevando la muleta por el suelo y proyectando una dimensión suya tan desconocida que su faena resultó una ensoñación. –¿Era Padilla? Sí, el mismo–, se preguntaba la afición, mientras se frotaba los ojos con perplejidad. Sus otros dos toros fueron poco propicios y aunque logró brillar a buena altura en algún par de banderillas, las dos faenas carecieron de relieve.
Diego Urdiales, en su tercera corrida de la temporada, recibió a su primero con un buen fajo de verónicas en las que jugó los brazos con armonía y gusto. El toro, también encastado, tuvo diferentes acometidas por cada pitón, aunque por el derecho iba hasta el final y le dejó al diestro arnedano dejar su impronta con la muleta templada en tres series que tuvieron la virtud de la ligazón y el mando. Mató muy mal y perdió la oreja. El quinto, un toro de capa franciscana, fue noble pero sin el mismo carácter de los tres primeros. El torero riojano le planteó la faena en las cercanías y el victorino no le permitió al final los redondos con los que quiso abrochar su segunda faena.

sábado, 24 de septiembre de 2005

El torero alucinante

FERIA DE SAN MATEO DE 2005
Artículo publicado en El País



Gutiérrez, Alcurrucén / Hermoso, Manzanares, Perera
Dos toros excesivamente despuntados para rejones de Gutiérrez Lorenzo, buenos. El resto, de Alcurrucén, bien presentados y desiguales.
Pablo Hermoso de Mendoza: dos orejas y saludos
José María Manzanares: silencio y vuelta
Miguel Ángel Perera: saludos y silencio
Plaza de toros de La Ribera. 24 de septiembre. 5ª corrida de feria. Lleno de no hay billetes.


Pablo Hermoso de Mendoza ha convertido el arte del rejoneo en una disciplina alucinante porque es capaz de hacer con sus caballos y ante el toro verdaderas faenas, cabriolas y piruetas, trincherazos, desplantes y contorsiones que parecen salidos de una película de dibujos animados. Se puede antojar inverosímil, pero es verdad. Los caballos flotaban sobre el ruedo ante la mirada atónita de una afición que se contagió al momento de la expresividad que lograba con sus monturas. Como con el primero de ayer, un precioso murube mutilado en extremo, que persiguió con inusitada nobleza a un caballo llamado Chenel, que bordó el toreo dejando llegar las embestidas tan cerca de su grupa que entre ambos animales sería un milagro que cupiera un papelillo de fumar. Y así lo hizo, navegando a dos pistas por todo el anillo de La Ribera. Una y otra vez, más templado por dentro cuando el caballo torero dibujaba, a lomos del estellés, una preciosa sinfonía ecuestre, como aquella media verónica rebozada por los adentros en el más puro estilo del maestro del mechón blanco con cuyo apellido ha sido bautizado.
Si Cagancho lo hubiera visto, los celos seguro que se hubieran apoderado de toda su alma equina, porque en Logroño, y para que se sepa, Chenel se ha proclamado como su auténtico sucesor, como el nuevo mito de la cuadra de este genio navarro que ha convertido el arte de Marialva en toreo a caballo. Porque Hermoso de Mendoza ha encontrado en su estilo un nuevo camino en el rejoneo, una dimensión pionera de un espectáculo que conmueve al público con su toreo como ningún otro matador del elenco actual, vaya a pie o a caballo.
El segundo toro de su lote no tuvo la misma calidad ni el celo del anterior. Y entonces, haciendo buena la máxima de Gregorio Corrochano de que el toreo es tan sencillo como dar a cada toro lo que tiene, Pablo, en vez de lograr el celo por la cercanía, perseveró en la insistencia, hasta que fue capaz con Silveti de meterlo literalmente en su esportón. Mató mal –descordó como tantas veces –y las dos orejas se quedaron en una calurosa ovación, en una expresión de afecto y gratitud tras lo que se acababa de vivir.
Pero si lo de Hermoso de Mendoza fue como muna sutil ensoñación, José María Manzanares devolvió a la fiesta a su cruda realidad. Se encontró con dos toros porfiones, con un puntito de casta, que le sirvieron para aplicar la consabida técnica defensiva: muleta retrasada, ensimismamiento en la corta distancia y precauciones por doquier. Sus dos toros tuvieron la suficiente movilidad para plantear el asunto de una manera menos vidriosa. Pero se empeñó en el unipase y ambas faenas resultaron una sucesión de encontronazos, de desangelados muletazos y de cambios constantes de terrenos.
Miguel Ángel Perera no tuvo similar suerte por la mañana y se enfrentó con un lote desalentador. El primero de sus toros se paró en exceso y aunque el extremeño se la jugó en las cercanías, el toro no quiso verse sometido ni una sola vez. Con el sexto, un manso que se pensaba cien veces cada arrancada, sólo le quedó la oportunidad de pasaportarlo con una buena estocada.

viernes, 23 de septiembre de 2005

El maestro de los enganchones

FERIA DE SAN MATEO DE 2005
Artículo publicado en El País



Toros del Puerto de San Lorenzo, cornalones, mansos y sin fuerzas. 1º y 6º devueltos por inválidos. Sobreros de La Ventana del Puerto y de Loreto Charro, infumables. (nota: el 6º ha dado positivo por afeitado)
Enrique Ponce: silencio en ambos
Sebastián Castella: saludos tras aviso y silencio
Salvador Vega: silencio en ambos
Plaza de toros de La Ribera. 23 de septiembre. 4ª corrida de feria. Tres cuartos de entrada.


El cuarto toro de la corrida trajo a Ponce por el camino de la amargura. Porque ayer a Ponce, consumado maestro del temple, la muleta se le hizo un ovillo y los enganchones le brotaron en un ininterrumpido frenesí. Daba igual que se colocara la franela en la diestra o la siniestra: el toro rebrincado y cornalón le atrapaba siempre el engaño y la muleta parecía un indefenso papelillo azotado por el viento, a pesar de que la plaza estaba cubierta y no había más rumor que el de las pipas del tedio. Cierto que el toro se defendía y embestía rebrincado, pero el maestro que en tantas tardes ha hecho del temple su mejor arma, ayer parecía derrotado.
La corrida fue una sucesión interminable de mansos que huían de sus instintos, de atanasios acobardados que caminaban descoordinados por un albero que en sus pezuñas parecía arena caliente.
Menos mal que el único que embistió se encontró delante a Sebastián Castella, que además de abrumar por su valor espartano, se entretuvo en adelantar la muleta y embeber con su temple al único animal potable de un encierro lamentable: toros de matadero, sin fuerzas y tan sosos que era mejor que jamás hubieran abandonado sus cercados salmantinos. Seguro que ramoneando por la dehesa entre los bebederos y la querencia serán el orgullo de sus amos, pero en la plaza lo único que hicieron fue caricaturizar el toro con el que tantas veces sueñan los aficionados, si es que va quedando alguno tras tanto toro pestoso y crepuscular.
El tercero de la terna fue Salvador Vega. Nada hizo. Apenas el paseíllo y algún intento de derechazo rutinario, porque Vega, un joven torero de esos a los que se alaba su finura, parece sumido en el mismo aburrimiento que asoló a los tendidos ayer.

jueves, 22 de septiembre de 2005

TERCERA DE FERIA DE LOGROÑO

El Juli se hizo el amo

Martelilla / Rivera, Juli, Gallo
Toros de Martelilla, desiguales de presencia y juego. 3º y 5º, codiciosos; 1º, devuelto. Sobrero de Ribera de Campocerrado, descastado.
Rivera Ordóñez: bronca y bronca tras aviso.
El Juli: silencio y oreja
Eduardo Gallo: silencio tras aviso en ambos
Plaza de toros de La Ribera. 22 de septiembre. 3ª corrida de feria. Más de tres cuartos de entrada.


El Juli puso ayer las cosas en su sitio. Se plantó en el platillo de la plaza con un encastado martelilla que se arrancaba de lejos y se jugó la vida sin tapujos, sin darse coba y con una asombrosa torería. Fue aparatosamente volteado, pisoteado y estrujado por un toro que sabía que no había hecho presa y le seguía buscando con saña lanzandole derrotes y tarascadas. El torero –ayer, torerazo– se levantó sin mirarse y se fue a la cara del toro para dejar claro que hoy, en este mundo, El Juli es el amo, el valor más seguro de una fiesta que necesita reencontrase con esa grandeza que tantos taurinos están empeñados en dilapidar, en hacerla pasar a la historia de los viejos libros de tauromaquia.
Como por ejemplo, y sin ir más lejos, Francisco Rivera Ordóñez, que fue justamente abroncado por una afición aburrida de ver la forma en la que masacró literalmente a sus dos toros en el caballo. Con el primero de la tarde anduvo desperdigando los muletazos –mejor dicho, las gurripinas y manguzás, como decía el maestro Vidal– desde que armó la muleta hasta que lo despenó. Pero lo peor de todo llegó con el que se despidió de Logroño, un toraco al que mandó vilmente al matadero de la acorazada. No tuvo piedad en los dos puyazos interminables y ventajistas que ordenó propinar a su picador, a la postre un mandado que también se llevó las iras de los espectadores. Después, cuando el animal deambulaba por el ruedo con la anatomía destrozada, Rivera Ordóñez se puso farruco con lo que quedaba del toro y también con los aficionados, lanzando miradas y desplantes desafiantes a un público que sólo le pedía torería, valor y profesionalidad, exactamente lo mismo que a continuación les entregó El Juli.
Con el toro de la oreja, el diestro madrileño acertó en dar distancia para acompasar su muleta con el viaje del astado. Es cierto que la faena no fue maciza, quizás algún muletazo pecó de excesiva rapidez, pero el torero pisó los terrenos del compromiso. Algún natural fue largo y templado y al final, cuando la plaza echaba humo, se vio arrollado al recortar peligrosamente las distancias y olvidarse de que el toro, encastado, no admitía las cercanías. La estocada, cobrada a ley, cayó desprendida. Daba igual, la plaza toda se había identificado con él y la oreja fue de ésas que no se olvidan, de las que hacen afición, de las que marcan las diferencias.
Eduardo Gallo se vio desbordado toda la tarde. El primer astado de su lote tuvo la virtud de la casta y el torero de Salamanca dio una paupérrima impresión: muleta retrasada por sistema, imprecisión en los cites y una colocación incomprensible.
Después, en el sexto de la tarde, se volvió a repetir la misma historia, sólo que esta vez el toro no tenía las mismas complicaciones. Dio la sensación de un aturdimiento impropio de un torero que lleva paseando su nombre en todas las ferias y en los carteles de postín.

miércoles, 21 de septiembre de 2005

SEGUNDA DE FERIA DE LOGROÑO

Un toro con alma

FERIA DE SAN MATEO DE 2005
Artículo publicado en El País


Toros de Baltasar Ibán, muy bien presentados, bravos y nobles. Para rejones se lidió en 4º lugar uno despuntado de Los Bayones, manso integral.
Antonio Ferrera: silencio y oreja
Antonio Barrera: silencio en ambos
Serafín Marín: silencio y saludos
Sergio Domínguez: saludos
Plaza de toros de La Ribera. 21 de septiembre. Segunda corrida de feria. Tres cuartos de entrada.


Antonio Ferrera se citó en Logroño con un toro de inacabable arboladura y algo engatillado de cuerna que impresionó a la plaza cuando abandonó los chiqueros en busca de los capotes. La impresión siguió en su brava pelea con el picador, que le recetó una vara larguísima en la que el astado recargó y empujó con una fijeza excepcional: abajo los riñones, los músculos del cuello tensos como la cuerda de un violín y toda su alma empecinada en el peto, porque este toro –si los toros tienen alma– la entregó toda por entero. Acudió pronto al segundo puyazo, empeñó otra vez todo su ser en el caballo y el tipo del castoreño levantó el palo.
El toro de Ibán se recuperó pronto del castigo y fue un obús en los cuatro pares de banderillas que le colocó Ferrera y tras los que se vio obligado a dar una vuelta al ruedo aclamadísima. El torero extremeño abusó de los recortes y de los saltos, de contorsiones circenses de rodillas previas a los cites y de la suerte del saltimbanqui. Pero cuando colocó los pares se la jugó, y como no suele ser costumbre en su estilo, clavó al final de cada numerito en la misma cara del toro, a milímetros de unos pitones que pasaban a la velocidad de la luz por su barbilla. Y claro, aquello no podía dejar a nadie indiferente y la plaza, ya impresionada por la brava catadura del toro, se identificó con un Antonio Ferrera que se la había jugado de verdad, con demasiados aspavientos, pero sin tapujos.
Con la muleta la cosa fue ya otro cantar porque las encastadas acometidas encontraron un engaño rápido que se movía al dictado de un corazón entregado pero desbordado, firme pero sin recursos para someter aquel manantial bravío, aquel discurrir de embestidas incansables, aquel ciclón acaramelado de cuerna. Se tiró a morir y tras un pinchazo, cobró una estocada casi entera en los rubios que derrumbó al toro sin puntilla tras una sobrecogedora agonía.
Serafín Marín también se encontró con otro buen toro, el séptimo de la tarde, que se desplazó por el pitón izquierdo con calidad y ritmo. El torero catalán, que había pasado como desvaído en su primero, despertó tarde y le costó mucho acoplarse con tal embestida. Lo logró al final, pero la cosa no pasó a mayores.
Antonio Barrera dio una pobre sensación en Logroño. No terminó de acoplarse en ninguno de sus toros: en el primero de ellos, de brava acometida, pasó por momentos de gran apuro; y con el que se despidió tampoco logró acompasar el ritmo de su muleta con el viaje del animal.
El rejoneador Sergio Domínguez, que actuó en cuarto lugar, se encontró con un manso integral que desde el principio buscó el abrigo de las tablas. Intentó encelar al toro una y otra vez y casi pudo correrle a dos pistas. Pero fue un espejismo y aunque logró clavar arriba, el toro impidió mayor lucimiento.

martes, 20 de septiembre de 2005

PRIMERA DE FERIA DE LOGROÑO

El toro, sin ir más lejos

Toros de Cebada Gago, muy bien presentados, ofensivos, con poder y encastados.
Pepín Liria: pitos, oreja y vuelta tras aviso
Luis Miguel Encabo: oreja, saludos y oreja
Plaza de toros de La Ribera. 20 de septiembre. Primera corrida de feria. Tres cuartos de entrada. Domingo López Chaves fue cogido en un quite al segundo de la tarde. Sufrió una cornada de 15 cms. en el triángulo de Scarpa de cáracter grave. Fue intervenido en la plaza y la corrida quedó en un mano a mano


El toro bravo y con poder –ése animal el peligro de extinción– salió ayer al ruedo de Logroño y la corrida fue un verdadero primor, un grandioso espectáculo en el que la emoción y la torería inundaron el ruedo, el moderno coso y la ciudad entera. Porque hubo torería, con mayúsculas, y valor en los tres coletudos. El peor parado fue López Chaves que, al ensayar un quite por chicuelinas al segundo de la tarde, fue arrollado de mala manera cuando se disponía a materializar la media de remate. Por fortuna y aunque el pitón merodeó vasos y zonas sensibles, la cornada fue limpia. Así que el festejo quedó en un mano a mano en el que Pepín Liria y Encabo se fajaron con seis toros de los que ya no se llevan. No hubo ningún triunfo redondo ni apoteósico, pero el segundo de la tarde, un pavo de impresión, permitió al madrileño dibujar dos hermosas tandas con la derecha y un precioso pasaje al natural. El bravo cebada humillaba hasta la extenuación y toda la plaza se rinidió en aquellos pasajes de gloria torera. Mas no redondeó y la cosa se quedó en una oreja. Pepín abusó de las cercanías y se llevó un volteretón del encastado quinto. Antes, en el tercero, se las vio con otro ejemplar emocionante y franco y se pegó otro de sus trágicos arrimones. Terminó la tarde con otra faena de Encabó en la que la pinturería se solapó con algún momento bueno por ambos pitones. Fue paseado a hombros.

sábado, 10 de septiembre de 2005

La cultura de la carne

Ganado caprino, ovino y porcino rinde cada día su tributo en el matadero para surtir la demanda de carne de la sociedad

En la carretera del Cortijo, curiosamente al lado de los viveros municipales, se encuentra el Matadero de Logroño. La vida y la muerte se dan la mano cada día en sus instalaciones. Ovejas, cerdos y vacas mueren para que los demás nos aprovechemos de los tesoros que guardan sus anatomías. Pero el sacrificio pasa casi desapercibido; es un paso de un proceso complejo y milimétrico que surte de las mejores viandas a las carnicerías de toda la ciudad.

UN FILETE de suave y deliciosa carne de ternera, perfectamente guarnicionado con unas buenas y crujientes patatas fritas, es un manjar al que muy pocos pueden resistirse. Se diría que es uno de los platos más comunes en el menú de cientos de hogares y al mismo tiempo de los más socorridos en las cartas de los restaurantes de medio planeta. Pero para que dicho filete llegue insinuante cada día a cientos de paladares hay que contar con un inevitable paso: convertir a la ternera en bistecs; sacrificar la vida del animal para que sus carnes, troceadas, analizadas y declaradas sanas, lleguen a ser una parte de la dieta de miles de riojanos.
Y ahí se encuentra la razón del matadero. Pocos conocen sus entrañas, su quehacer cotidiano y el lugar en el que cada día cientos de animales dejan su piel para que los demás saciemos el apetito y a la vez encontremos el solaz gastronómico gracias a los sabores que encierran en el interior de sus bien pobladas y lustrosas anatomías.
Allí, la muerte es el hecho más cotidiano. Más allá de prejuicios, o de ensañamientos, la muerte –destino natural e inevitable de todos los seres vivos– encuentra en este recinto una matemática equilibrada. Nada de lo que sucede en sus paredes se deja a la improvisación, desatino o desánimo. Por eso no hay saña. Todo el proceso, al que es inherente una sofisticada mecánica industrial, está diseñado con la vista puesta en dos fines primordiales: evitar cualquier sufrimiento innecesario a los animales y un tratamiento perfectamente higiénico de todos los productos. En el matadero es tan común el término aturdimiento como las batas blancas, botas, gorros y manguitos de los operarios.
Humanizar la muerte
Julián Somalo, veterinario jefe del Matadero de Logroño, abunda en el esfuerzo cotidiano que se realiza para este cometido: “El tratamiento a los animales se humaniza todo lo posible. Cuando llegan permanecen un tiempo en una serie de corrales para que se tranquilicen. Además pueden comer, beber y descansar. Después, cuando llega el momento del sacrificio, todo está organizado para que no se enteren de nada y sufran lo menos posible”.
Así que cuando a una vaca cualquiera se le presenta la hora de rendir el tributo para el que la sociedad le ha hecho vivir, se desplaza desde sus cómodos corrales por una angosta manga o pasillo y llega a un enjuto aprisco metálico donde será despenada por una pistola de aire comprimido. El trance no se alarga en el tiempo más allá de medio segundo, pero resulta impactante.
El matarife está colocado sobre una peana desde la que accede estirando sus brazos a la cabeza de cada res. El animal llega hasta su jurisdicción y en ese momento le dispara en la sien a bocajarro. La vaca se desploma inconsciente y aturdida, aunque a vista del profano queda prácticamente muerta. El estruendo del derrumbamiento del corpachón ya inerme sobre el suelo metálico es lo más estremecedor e inapelable de todo el trance.
Al momento, el suelo donde yace se desplaza como un volquete para caer en manos de unos extraordinarios carniceros para que su anatomía sea milimétricamente diseccionada. Un gancho recoge a la res de los cuartos traseros y la encarama a una posición que recuerda al saco donde entrenan los boxeadores. Se le quitan los cuernos, careta, patas y vísceras en una impresionante cadena de producción donde todo está aquilatado al mínimo detalle: “Nosotros sabemos la identidad de cada animal –explica Somalo, mientras analiza en su laboratorio tejidos de porcino–, de dónde procede, su estado físico e incluso nos preocupamos por su temperamento emocional. Hay que tener en cuenta que uno de los aspectos que más pueden influir en el sabor y en la textura de la carne está absolutamente relacionado con el estado de ánimo del animal antes de su muerte. Es lo que se conoce como el ph. Si un animal ha sufrido estrés en el proceso, la calidad de la carne se resentirá notablemente. Así, que la humanización del trance del matadero favorece no sólo a los propios animales sino a los consumidores, que disfrutarán de un carne con más calidad”.
Somalo se siente orgulloso de los controles que se llevan a cabo en el matadero: “Los productos cárnicos llevan un control muy riguroso. Me atrevo a decir que muy superior a otros muchos alimentos. Un escándalo como el de las vacas locas ha sensibilizado mucho a la administración y puede repercutir, incuso, en la demanda. En nuestro matadero, por ejemplo, se retiran las vísceras de riesgo de todas las reses que vienen de Francia”.
Julián Somalo, técnico experimentado y conocedor como pocos de su trabajo, pasea por los corrales y confiesa que cree que los animales que están aquí, “en el fondo saben lo que les espera. Es difícil explicarlo, pero hay algo que lo delata. Cuando hemos podido incluso hemos salvado algún animal. Tenemos tres o cuatro ovejas y carneros mansos que nos ayudan en el manejo del ganado y que por unas u otras razones han sobrevivido”.
Es la cultura de la carne. No queda más remedio que sacrificar a un animal si se desea aprovechar lo que lleva dentro. En los pueblos donde se celebra la matanza se sabe y se entiende, y aunque sea doloroso, es un paso inevitable, abunda Somalo mientras los expertos carniceros culminan el despiece de las vacas bajo la atenta mirada de los ganaderos, que en muchas ocasiones asisten al ritual para testificar el éxito de cada sacrificio.
En el matadero, además, se conocen los ciclos del año y las festividades: en Navidad y en época de bautizos aumenta la demanda y el número de cabezas que pasa allí su última noche.

gracias por visitar toroprensa.com

Blog de ideas de Pablo G. Mancha. (Copyleft) –año 2005/06/07/08–

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