jueves, 6 de julio de 2006

El rabo de la señora presidenta

o Este artículo fue publicado en Diario de Noticias el viernes 15 de julio de 1994 en la página 43. Ese mismo día, Alfredo Jaime, a la sazón alcalde por UPN del Ayuntamiento de Pamplona, llamó a Fernando Múgica, director de citado medio, y le exigió que el autor de dicho artículo fuera desvinculado del periódico inmediatamente, cuestión a la que Fernando Múgica accedió sin contemplaciones. Al autor del artículo se le impidió subir a la redacción y el director del Diario de Noticias, ahora enrolado en el diario El Mundo y firmante de los ‘Agujeros Negros del 11-M’, no accedió a recibir al redactor fumigado, que tuvo que rehacer su vida en otro lugar. Por cierto, María Teresa Moreno, concejala por UPN, sigue presidiendo corridas de toros en Pamplona.

Nota: Joaquín Vidal, en El País, tituló su crónica 'La tonta del bote' y creo que Javier Villán, en El Mundo, 'El rabo de Roldán'.


El rabo de la señora presidenta
La concesión de un rabo en una plaza de primera categoría como se supone que debiera ser la Monumental de Pamplona es un acto singular, irrepetible y de unas dimensiones desconcertantes. La concesión de un rabo como el que otorgó María Teresa Moreno a Jesulín de Ubrique es un hecho ridículo, lamentable y coloca al taurinismo de nuestra ciudad en el ojo del huracán. Un rabo trapisondista fue. Un rabo que tiene que ponerse en letras de luto en todas las crónicas que tras la tarde de ayer sean redactadas con ecuanimidad. Este rabo es la esencia del despropósito, de la incompetencia y del querer quedar bien con tirios y troyanos. Y por ser condescendiente se hace el ridículo, el tonto y hasta el imbécil. Lo del palco de Pamplona no tiene nombre posible: se permiten todas las ventajas del mundo, léase los puyazos traseros, los nonosabios que arrean interminables varazos a los jacos cuando sujetan las embestidas de los astados, la deficiente colocación de los picadores en la plaza cuando se ejecutan los puyazos, etc… Así, infinitas negaciones del buen orden de la lidia, que ayer tuvieron su total culminación, la más desgraciada y la más onerosa que una ciudad como Pamplona pueda recibir. Fue la apoteosis del taurinismo ramplón, del que no respeta ni la integridad del toro ni el derecho de todo aficionado a contemplar un espectáculo íntegro. Fue su victoria, y a la vez la amargura del hombre que quiere la fiesta, que desea que las cosas se hagan con despaciosidad. Y han vencido, desgraciadamente han sentado sus reales en una plaza en la que el toro era el máximo protagonista. Los taurinos convencerán a las figuras para que vengan a la Feria del Toro, paseen su palmito por La Monumental y se lleven las 40.000 orejas que caben en el coso, sin contar con las de los toros.
Una pena, pero es necesario que se replantee es funcionamiento del cotarro de las presidencia de la feria de una vez. Se conceden orejas sin criterio, se impide que se vea la suerte de varas con pureza. Permite que se pique trasero, que sucedan cosas en los corrales como los trasiegos que se vivieron el día de los pablorromeros y demás desmanes que colocan a Pamplona a la altura de plazas de talanqueras. En fin, ya nada importa. La feria se ha terminado con una corona negra, con una corona que en forma de rabo regaló la señora presidenta y todo el palco al completo a la concepción más ventajista y vulgar del arte del toreo. Menos mal que nos queda la fragancia del sublime toreo de Emilio Muñoz. Yo, cuando el espigado ubriqueño recetaba toda su colección de mantazos, arrimones y demás floripondios de su repertorio, cerraba los ojos y me dedicaba a recordar los sabios naturales del trianero. Se lo juro: no había color. La muleta del diestro nacido en la calle Pureza parecía una leve hoja de laurel comparada con el telón del Teatro Gayarre que había pedido Jesulín para su apoteosis. Me quedo con Muñoz, con Mora y con el nombre de esos toreros que hacen las cosas con autenticidad y que caben sus nombres en el envés de un billete de metro. Y no sólo es una cuestión estética, es una cuestión de principios. Así de claro. Una cuestion que o se pone con letras negritas o se acabará con la fiesta en su integridad.
Los aficionados están de luto, y si se me apura, hasta de mala leche. La corrida de ayer fue un despropósito de principio a fin, una tarde triunfalista que se pagará cara. Seis toros sin trapío suficiente para Pamplona que propiciaron gracias a su descastamiento y su borreguez una tarde inolvidable para los taurinos apócrifos pero de recuerdo desgraciado para los que aman la feria de Pamplona y lo que debe ser la lidia de un toro bravo. O los taurinos se plantean sus desvaídas aficiones o no hay nada que hacer. El rabó que concedió la señora presidenta ha sellado con una losa de granito el rito del toreo, de la afición y de todos aquellos que sienten con nobleza la fiesta. Ya falta menos para el próximo rabo.

Siempre que llega la Feria del Toro de Pamplona siento un temblor especial. Van pasando los años y cada vez que se adivina el chupinazo en el aire de la Plaza del Ayuntamiento, empiezo a acordarme de una pequeña historia que me sucedió en la capital de Viejo Reyno cuando apenas era un meritorio y escribía croatas con acento. Ha llegado San Fermín, la feria más diferente. Además, suele salir el toro y se merienda de miedo. ¡Viva el ajoarrierro!, ¡viva el vino de la Ribera! ¡Vivan las resacas de smirnoff con limón! y los valientes que se ponen delante. ¡Gora San Fermín y el Vals de Astrain!

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