jueves, 26 de octubre de 2006

Chano Lobato, sobrenatural


Es sabido que Chano Lobato es un genio del flamenco, un prodigio de conocimiento, una enciclopedia de palabras mayores que no necesita apurarse para rematar un tercio con uno de esos sabores que ya no se llevan. Es igualmente sabido que en el escenario no se da ni un segundo de tregua, que es capaz de arrancarse por siguiriyas a palo seco, como si tal cosa, e inundar el teatro entero con una sutil magia gracias a los vericuetos hasta donde es capaz de trasladar su cante, cada día más redondo, más añejo, más encorajinando o repleto de ternura, según se tercie. Lo que no era sabido es que Chano, –descendiente directo de los Tartesos (genuinos inventores de la siesta tras dos ‘pelotacitos’ de buen vino macerado en las barricas del mismísimo Dionisios), tiene un corazón sobrehumano y un talante sobrentural que le permiten con 82 años desmadejar el alma de toda la concurrencia en un concierto de dos horas plagado de cante bueno, del que duele, del que destroza el sentido, del que deja exhausto, del que te lleva de una malagueña negra y pesarosa a unas alegrías henchidas de luz y pasar del dolor más intenso al socaire de una vueltecita en autobús de la Plaza del Arenal hasta las mismísimas puertas del campo del Betis, barriada en la que vive este monstruo que ha tenido a bien acurrucarnos a los flamencos de Logroño para dicha de la afición. Y esa afición, toda ella puesta en pie, no suele tener compasión con el maestro, ni viceversa. Allí, con su edad, con su alegría, con su humanidad desparramada en los últimos cinco centímetros de la sillita, desgrana los palos fundamentales del cante para nuestro alborozo. Eso sí, salpicaítos, cada uno de ellos con una historieta monumental –pá quitar los nervios, decía Chano–. Si hermosa suelen ser las malagueña, el cante por soleá saben geniales, mascando el sonido, respirando siempre en el momento justo, con un sentido del compás absolutamente científico. He ahí el Chano sobrenatural, el que cuaja los conciertos por derecho, sin importarle su garganta. Allí está el público y ésa era su única obsesión: el público, su público, todos nosotros rendidos a sus pies porque mejor no se puede cantar, porque donde ha llegado Chano, en las cotas de belleza y sentimiento donde se ha instalado, sólo viven los dioses, los fenicios, los que pescan en el malecón de Cádiz rodaballos de 78 kilos o faros de la antigüedad encendidos y tó. Ése es el mundo del flamenco, de los flamenquitos honrados que estuvieron en las ventas y en los tablaos aguantado señoritos a cambio de whiskys y que ahora, con tantos años –borracheras dice Chano– han encontrado su vedadero lugar en el mundo: el de los maestros ante los cuales no sirve más que la rendida admiración, el respeto, el cariño y el amor, ése con el que suele dialogar por el norte con la hermosa guitarra de Fernando Moreno.

o Ayer me sobresalté leyendo a Chapu Apaolaza la noticia del desvanecimiento del maestro. Hoy he podido leer noticias como ésta. Esperemos que pronto se confirme la mejoría del tío Chano. La foto de arriba es de Ricardo Zapatero y la de abajo, de hace dos años, corresponde a los postres de una entrevista que le hicimos en Bodegas Ontañón, de Logroño, y en la que Chano se dirige a Raquel Pérez, una de mis hermanas de sangre.


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